Mamá Respira

Aprendiendo a vivir «lo incómodo».

photo by: @juansancheznfoto

Fui con mis hijos y su colegio, a dar un concierto navideño a una escuela de la SEP para niños con necesidades especiales: El CAM (Centro de Atención Múltiple). A esta escuela van todo tipo de niños: ciegos, sordos, en silla de ruedas, paralíticos, con parálisis cerebral, etc. Están todos los niños juntos, divididos únicamente por edades, y las maestras son unos ángeles que buscan como ayudar y satisfacer las necesidades de todos, aunque las necesidades entre ellos son totalmente diferentes.

Fue una experiencia fuerte y desde mi punto de vista adulto, muy educativa para que los niños aprendieran a agradecer lo que tienen, ayudar al prójimo, cultivar el espíritu navideño, etc. Yo me sentía muy “bien” por estar dando esta “lección” a mis hijos. (Poco sabía yo que la que iba a aprender la lección más importante de todo esto era yo).

Fuimos a cantar, hicimos un intercambio de tarjetas entre los niños de las dos escuelas diferentes, y luego el CAM nos ofreció un desayuno delicioso el cuál todos juntos disfrutamos. Todo salió muy bien.

De regreso a la escuela, e inclusive después de camino a mi casa, traté de “comentar el punto” y de hacer una profunda reflexión sobre lo que habíamos visto y vivido en la mañana con los niños. Nadie me peló.

Pasó el día y llegó la hora de dormir. Todas las noches tengo un pequeño ritual con mis hijos en donde “damos las gracias”. (La realidad es que no damos las gracias como tal. Esa era mi intención cuando inicié con el ritual y por eso el nombre, pero ellos lo han convertido en un momento de decir “que fue lo que más me gusto, no me gusto y más o menos me gusto” del día…). JP fue el primero en hablar y no comentó nada del CAM. Seguía mi frustración, pero respiré y confié en que el aprendizaje llegaría cuando tuviera que llegar. No tardó nada, M, una amiguita que se había quedado a dormir, dijo: “No me gustó ir al CAM. Me sentí muy incómoda”.

Mis hijos inmediatamente se unieron a su sentir: “A mí tampoco. Fue súper incómodo. Me dio miedo. Es horrible ver a los niños así. Nunca más quiero regresar”… Entre muchos más comentarios del estilo.

Mi primer pensamiento: “¿Cómo dicen eso? ¡Qué mal agradecidos! ¡Qué vergüenza que piensen así!” Me detuve. Respiré, y entonces lo vi: La realidad es que tenían razón. Sí es incómodo. Sí da miedo. Sí es feo ver el sufrimiento. Sí se aprieta la panza. Sí sería más cómodo no verlo. Sí es difícil. (No me dejen de leer aquí…)

Fue un momento de abrir mis ojos y mi corazón. Llevaba años y años no reconociendo mi verdadero sentir y tapándolo con discursos mentales para no sentirme “mala persona”.

Pero ¿porqué mala persona? Lo que sentimos no es ni bueno ni malo. Simplemente ES. Nos han enseñado y recalcado tantas veces que algunas cosas “no hay que sentirlas” que nos hemos convertido en unos expertos mentirosos hacia nosotros mismos. Los niños tenían razón, sí es incómodo y es importante reconocer esa incomodidad y sentirla y aprender a vivir con ella. La vida está llena de cosas incómodas que acabamos volteando la cara y viendo para el otro lado y dejamos de ver. Dejarlas de ver no quiere decir que desaparecen. Y ver con condescendencia tampoco es realmente ver.

Dejamos de ver al niño que pide limosna en la calle – es imposible darles limosna a todos-; o al viejo que fue olvidado en un asilo – es que no me da tiempo de ir a verlo. Dejamos de ver al compañero de salón que sus papás están pasando por un divorcio – es que es insoportable, todo el día está molestando a sus compañeros-. Dejamos de ver a la amiga que está enferma de cáncer – no la quiero cansar y seguro no quiere ver a nadie por que hoy fue su quimio -; o dejamos de llamarle a la persona que se le murió un ser querido – hace tanto que no la veo que va a sentir raro si la llamo-.

Los niños me abrieron los ojos. Los escuche sin decir nada. Hoy ellos eran mis maestros. ¿Cuántos años llevaba yo evitando sentir la incomodidad y engañándome a mí misma con retoricas sumamente convincentes?  Necesito volver a sentir, a reconectar con mi incomodidad… ¿Para qué? ¿Qué gano sintiendo eso?

Recordé un momento en el CAM cuando estaba sentada comiendo con otras mamás: uno de mis hijos llegó y me abrazó por atrás con sus bracitos cariñosos y dejando su peso caer en mi espalda. Volité a ver cuál de mis hijos me necesitaba y resulta que no era ninguno de mis hijos sino uno de los niños del CAM. Este niño desconocido, de una realidad completamente diferente a la mía en todos sus sentidos, tenía el mismo corazón y las mismas necesidades de dar y recibir cariño que mis hijos. Su cariño se sentía exactamente igual.

JP interrumpió mi pensamiento angustiado: “¡Mamá! ¡No quiero que N, – su mejor amiga del colegio que tiene síndrome de down-, se vaya al CAM!” Su voz era realmente de angustia total. “¡Es mi mejor amiga mamá! ¡No quiero que se vaya!”

Tengo la fortuna de que en los dos salones de mis hijos hay niñas con capacidades especiales. Y las dos niñas son verdaderamente amadas por todos sus compañeros. Palabras de JP “la niña más bonita de todo el salón porque todo mundo la quiere”. (Amo su definición de belleza, ojala así lo viéramos todos).

Les pregunté si se acordaban cuando N o M entraron a la escuela, y si al principio había sido incómodo. Los tres comentaron que sí. Dijeron que al principio era difícil porque no les entendían cuando hablaban, que caminaban diferente, y que actuaban raro. Pero no pasaron ni 20 segundos cuando ya estaban comentando anécdotas divertidas y momentos increíbles con sus compañeras que habían vivido con cada una de ellas. Poco a poco, solitos, se fueron dando cuenta de que hoy, ninguno de los tres, podría vivir sin sus amigas. Realmente las quieren, las cuidan, son tan parte de su vida como cualquier otra persona. Esa “incomodidad” ya no existe, se transformó en algo sumamente valioso: en compañerismo, aprendizaje, empatía, risas, amistad, en palabras de ellos “las más divertidas de todo el salón”. Platicamos de cómo lo diferente asusta, pero que, si nos damos chance de conocerlo, podemos descubrir un grandísimo regalo.

La vida está llena de momentos incómodos, de cosas que preferiríamos no ver. Pero aquí la notica: No hay manera de amar sin ver, y ver es incómodo. Inclusive, no hay manera de amar-nos sin ver-nos y ver-nos es incómodo.

Necesitamos aprender a sentir la incomodidad, a aceptarla, para que luego se transforme en algo más. Necesitamos aprender a ver al niño de la calle a los ojos y sonreírle; a visitar al viejito y escuchar con atención sin entender lo que dice; a ser buena onda con el que es mala onda porque la está pasando mal en su casa; a ir a ver al enfermo y acompañarlo con todo y que se nos revuelve la panza; a hacer la llamada difícil y decir pura tontería porque no sabemos que decir…

Principalmente, necesitamos vernos a nosotros mismos y aceptar lo que somos y sentimos, con todo y la incomodidad que implica ver lo imperfectos que somos. Con esta honestidad y humildad, hacemos que nuestros corazones crezcan, que nuestra tolerancia aumente, que nuestra compasión exista, y así automáticamente, es ese preciso instante, creamos un mejor mundo para todos. Si aprendemos a aguantar lo incomodo, no a taparlo sino a aguantarlo, podemos trascenderlo y llegar a ver la esencia. Con el tiempo veremos que eso “incomodo” disminuye y aprendemos a ver con nuevos ojos, ojos que alcanzan a ver el amor y la maravilla de la creación. 

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