
Todo empezó hace 9 años, cuando me hice mamá de una hermosa niña, para la cual estaba CERO preparada. Aunque tome el curso psicoprofilactico, entreviste a varios pediatras, compre la cuna y los muebles, pintamos su cuarto entre familia y amigos, me fui de shopping con la lista interminable, leí varios libros, y seguramente hice más cosas que ya no me acuerdo, no estaba preparada para ser mamá.
NADA preparada. Fui palomeando el “to-do-list”, pensando que una vez que acabara la lista estaría lista para ser mamá. Y ¿guess what? Cuando finalmente llego la maternidad, ¡me revolcó!
Es como si hubiera querido aprender a surfear y para eso compré un traje de baño, la camisa de sol, la tabla, la cera, leí un libro, vi un par de videos, y con eso pensaba que ya sabría surfear. Pero cuando te metes al mar… la ola te revuelca. Y vuelves a intentar y otra vez te ahogas, por más que te agarres de la tabla para flotar, llega la ola y otra vez al agua.
Así empecé yo la maternidad. Y con los años he oído de millones que la empezaron, y la siguieron, igual de revolcadas que yo. ¿Por qué será? En teoría la maternidad debería de ser algo tan natural como que te saliera una cana. ¿En qué momento se convirtió en algo tan complicado?
Mi conclusión es, que desde que nos hemos alejado de nuestra esencia, desde el momento donde nos creemos superiores a los animales y por lo tanto nos alejamos de nuestros instintos, desde el momento en donde confiamos más en un externo, (doctor, maestro, estudio de sangre, libro, quien sea o lo que sea), antes que en nosotros mismos, nos hemos perdido. Nos cuesta muchísimo trabajo saber que sentimos, que nos gusta, o quienes somos.
No digo que los especialistas, las herramientas médicas y tecnológicas no tengan un grandísimo valor. Yo personalmente agradezco muchísimo los avances de la medicina, de la ciencia y de la tecnología. El problema es que todo esto resulta tan maravilloso que olvidamos lo maravilloso que nosotros somos. Todos estos avances fueron creados para ayudarnos, como algo adicional, no para sustituirnos.
Hoy en día, todavía lo tenemos más difícil porque nos inunda la información, pero no la sabiduría. No oímos a los viejos; las conversaciones familiares son cada vez más escasas; sentimos que la experiencia es algo que ya no sirve porque “como ha cambiado tanto el mundo”… (Como si el ser humano fuera tan diferente a hace 50-100 años). Eso sí, “leemos” redes sociales horas y horas por día donde las “voces” son de nuestros pares, o inclusive gente más joven y con menos experiencia que nosotros mismos. Queremos información rápida, “pre-digerida”. No tenemos tiempo de “tomarnos el tiempo” para nosotros hacer nuestra propia digestión. Olvidamos que el mayor aprendizaje se da en el proceso, no en el resultado, y menos si es el resultado de alguien más.
Para mí, la maternidad fue una revolcada que me abrió una nueva percepción a la vida. Me di cuenta que las recetas, listas, bullets, guías, pasos, etc, en cualquier tema sobre la maternidad, ¡NO SIRVE! Gastamos millones en “gadgets” que en teoría nos van a resolver lo que sea: que duerma, que coma sano, que aprenda, que juegue… Y no nos damos cuenta que todo, TODO en la vida, es cosa de observar. Realmente observar, -la situación, a nuestro hijo, el entorno, mi reacción, su reacción a mi reacción, etc-. Hacernos consientes, darnos el tiempo, valorar, y entonces decidir qué hacer y/o a quien pedir ayuda. Y con todo y todo la vamos a regar, y tendremos que volver a empezar.
No hay soluciones mágicas. Hay chispasos de suerte, pero la verdad, son tan pocos, que mejor no confiar en ellos. La realidad es que los mayores cambios se dan CUANDO TU CAMBIAS. Tus hijos madurarán de mejor manera si tu maduras. Serán hijos tranquilos si tú estás tranquila. Serán su mayor potencial, si tú buscas tu mayor potencial.
Estamos en la era del déficit de atención, ansiedad, temas sensoriales, cognitivos, emocionales, sociales… y lo primero que hacemos es llevarlos a que alguien más nos diga que tiene y qué hacer “con eso”. No digo que no sirvan las 100 mil terapias, pero nos saldría mucho más barato, y sería más productivo, si primero volteamos a ver nuestro entorno, y realmente observamos.
Es difícil observarnos porque duele. Ver que la estamos regando es horrible. Normalmente la regamos haciendo nuestro mejor esfuerzo. Darnos cuenta que ese es nuestro mejor esfuerzo, automáticamente nos hace sentir menos, nos da vergüenza y entonces, consciente o inconscientemente, nos engañamos o le echamos la culpa a alguien más.
Tenemos que aprender a no juzgarnos, (ni a nosotros ni a nadie), y a ver la realidad con compasión. Todas las mamás y papas siempre damos lo mejor que podemos a nuestros hijos, y no porque lo que lo que le estamos dando esté mal, nos hace menos valiosos. En cambio, si nuestros errores nos motivan a mejorar, ya vamos de gane.
Los hijos son nuestros mejores maestros. A mí me gusta pensar que ellos nos escogieron como padres y sabían qué nos iban a enseñar, por lo tanto, ya “están preparados” para que la reguemos. Nuestros papas la regaron con todos nosotros, y todos la regaremos con nuestros hijos. Unos más que otros, pero nadie se salva. Eso no quita que entre mejores herramientas tengamos para manejar nuestras vidas, mejores herramientas les podemos dar a nuestros hijos para que ellos manejen la suya. Si todos nos concientizamos de esto y buscamos convertirnos en mejores personas, este mundo mejoraría en muy poco tiempo.
De eso se trata este Blog. De compartir-me con ustedes en este proceso de crecimiento para que nos acompañemos, nos guiemos, nos jalemos y empujemos todos juntos, de forma respetuosa, amorosa y compasiva. Cuando lo hacemos juntos, el aprendizaje se multiplica. Aquí no hay juicio de ningún tipo, ni bien ni mal. Hay caminos tan diversos como personas. Hay una búsqueda de ese algo más para que nos ayude a ser mejores papás.