Mamá Respira

Respeto sus miedos, ¿o los empujo a ser valientes?

photo by: @juansancheznfo

De las preguntas más difíciles que me tengo que hacer y contestar todos los días.

L mi hija de 9 años, está en la mera edad de los peores miedos. Ya no son a los monstruos o brujas, sino miedo a que tiemble, a los ladrones, a que alguien se enferme o a que pase un accidente. El cómo manejar los miedos con ella siempre me ha costado mucho trabajo. ¿Hasta donde lo debo respetar, acompañar y dejarla contactar con eso, y cuando la tengo que empujar a que los enfrente y supere?

Las emociones existen para darnos información y la función del miedo es protegernos. Cuando el miedo nos invade, reaccionamos de alguna de estas tres maneras: nos paralizamos, huimos o atacamos. Estas reacciones son efectivas si hay peligro real, pero si el peligro está solo en nuestra cabeza, o no es proporcional a los hechos, se convierte en una atadura que nos impide vivir.

En las vacaciones fuimos a la playa. Un día mis hijos tomaron una clase de surf con sus primos en la que se divirtieron muchísimo. A la mañana siguiente, todos quisieron volver a tomar la clase excepto L. Yo quería que la tomara porque “me dio miedo” de que ella se estuviera limitando por “su miedo”. Estaba lista para forzarla, -atacar -, pues el día anterior ¡se había divertido mucho! ¿No es mi función cómo mamá empujarla a superarse?

Gracias a Dios en ese momento, una gota de consciencia entro en mi: recordé que apenas 4 días antes se había animado a meterse al mar después de varias vacaciones que lo había dejado de hacer por miedo. Cada viaje a la playa yo insistía en que entrara al mar, pues a mí me encanta. Ella se negaba y siempre acababa todo en un gran drama. Llevábamos 2 viajes a playa dónde había dejado de, en parte por miedo al drama, y en parte porque tenía la esperanza de que un día ella pudiera cruzar ese miedo solita por convicción propia, y que “esa cruzada” fuera más eficiente que una jaloneada por mí. Finalmente, ¡así había sucedido! Y si en ese momento “tan reciente” la empujaba a volver a tomar la clase de Surf, corría el grandísimo riesgo de que diéramos 20 pasos para atrás.

Mientras su hermano menor tomaba la clase, ella nadó junto y se echó en el buggi, sintiéndose bien segura, feliz de la vida. Mi meta era que disfrutara el mar, que gozara lo que hacía, no que fuera una surfista. Así que solté mi expectativa, mis ganas de haber aprendido a surfear de niña y disfruté sus carcajadas. 

Ayer, por el otro lado, la tuve que empujar. Mi esposo y yo llevamos lo que se siente una vida, sin salir a cenar o al cine solos porque L se muere de miedo de quedarse “sola” en la noche con la nana. Las noches siempre han tenido más reto. Cuando tenemos algún compromiso los dejamos a dormir en casa de sus abuelos donde ella se siente segura, pero es una logística que de entrada siempre dificulta un poco más hacer lo que sea.

Mi esposo y yo extrañamos muchísimo nuestros “dates” y sinceramente los necesitamos. Así que hace una semana, tomamos la decisión de que teníamos que empujarla un poquito en este tema. Me senté con ella un día, le expliqué que iba a tener que aprender a superar esos miedos en la noche, y que lo haríamos poco a poco.

Ayer “surgió” la oportunidad de poner en práctica el plan. J, mi esposo, y yo, “teníamos que ir” a una misa de difuntos. Ese “deber” me ayudo a mí a dejar mi corazón de pollo a un lado. (Hubo varios momentos que estuvo a nada de ganar). En la tarde le explique que no íbamos a estar para dormirlos. Ella lo entendió y aceptó, aunque a la hora de la hora, el miedo nos traicionó. Empezó a llorar incontrolablemente, y yo con prisa por cambiarme y salir a tiempo. ¡Típico!

Por un lado, me hervía la sangre de frustración – ¡necesito mis noches de regreso! – y por otro, me empezó a dar miedo de estarla regado gravemente, ¿Y si empezaba a dejar de dormir otra vez por esto? ¿Y si regresaban las pesadillas? ¿Y si la estoy traumando de por vida? Mi miedo combinado con su miedo no nos estaba llevando a ningún lado productivo.

Respiré hondo, me hice consciente de que ella iba a estar bien, no había ningún riesgo grave de nada. Me lo repetí mil veces, se lo dije a ella convencida, y me despedí lo más cariñosa y firme posible.

La dejé en un mar de lágrimas las cuales, según C la nana, duraron un buen rato más. No fue fácil para ninguna de las dos, y sinceramente no creo que haya superado ese miedo. Pero si creo que era lo que tocaba. Hay miedos que a ella le tocarán atravesar sola cuando ella esté lista, y hay otros que me toca a mí como mamá empujarla a atravesarlos.

¿Cómo distinguir uno de otro?

No hay receta. El mar era un tema de mi expectativa, el miedo a que yo salga en la noche es una realidad que le tocar a ella vivir y afrontar. La línea es sumamente delgada y difícil de distinguir. Adicionalmente, creo que yo he “aprovechado este miedo” a mi beneficio para no hacer el esfuerzo que implica salir en la noche. Estuve a nada de quedarme en mi casa “porque L me necesitaba”, pero mi esposo no me dio la opción y se lo agradezco. El que yo me hubiera brincado ir a la misa era el camino fácil para mí comodidad y para no cruzar mi miedo a regarla como mamá.

Para bajar la probabilidad de equivocarte, lo único que nos queda es darnos un par de minutos para frenar, analizar la situación, tratar de verla lo más objetivamente y honestamente posible y tomar una decisión consciente, asumiendo que si la regamos tendremos que tratar de repararlo y volver a empezar. Por suerte siempre siempre podemos reparar.

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